Jurar es una frase con la que se asegura o promete algo solemnemente y que con frecuencia implica poner a Dios por testigo o garante de lo que se dice o promete.
Según las Escrituras Sagradas, en el Antiguo Testamento, el verbo hebreo relacionado scha·váʽ, significa “jurar”. En tiempos bíblicos se consideraba que hacer un juramento era un asunto de máxima importancia. Un juramento se tenía que cumplir, incluso si resultaba en perjuicio para el que lo había hecho; (Salmo 15:4) “con menosprecio mira al réprobo, mas honra a los que temen a Yahveh; que jura en su perjuicio y no retracta”; (Mateo 5:33) “Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos”. A la persona que hablaba irreflexivamente en una declaración jurada se la consideraba culpable ante Dios (Levítico 5:4-5) “o bien, uno pronuncia con los labios sin darse cuenta un juramento favorable o desfavorable, en cualquiera de las cosas que el hombre suele jurar y, al saberlo, se hace culpable de ello;
El que es culpable en uno de estos casos confesará aquello en que ha pecado”, y el violar un juramento acarrearía un gravísimo castigo de parte de Dios. Entre las naciones más antiguas, especialmente entre los hebreos, un juramento era en cierto modo un acto religioso que tenía que ver con Dios.
Los término griegos correspondientes son hór·kos (juramento) y o·mný·ō (jurar), ambos usados en (Marcos 5:7) “y gritó con gran voz: ¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes”.
El juramento solía hacerse por Dios o en Su nombre, cobraba más fuerza si la persona pronunciaba su propio nombre. El segundo mandamiento prohíbe el juramento en falso. Hacer juramento o jurar es tomar a Dios por testigo de lo que se afirma. Es invocar la veracidad divina como garantía de la propia veracidad. El juramento compromete el nombre del Señor (Deuteronomio 6:13) “A Yahveh tu Dios temerás, a él le servirás, por su nombre jurarás”.
Los pactos solían celebrarse con algún tipo de juramento. Una expresión común en tales casos era: (Génesis 31:44-53) “Dios es testigo entre yo y tú”. Estas palabras también se utilizaban para dar fuerza a una declaración de hecho o verdad.
Moisés tomó como testigos a los cielos y la tierra cuando habló de la relación de Israel con Dios basada en un pacto jurado, (Deuteronomio 4:26) “porque Yahveh tu Dios es un fuego devorador, un Dios celoso”. Una persona o varias, un documento escrito, una columna o un altar podían servir de testigos y recordatorios de un juramento o de un pacto, (Deuteronomio 31:26) “Tomad el libro de esta Ley. Ponedlo al lado del arca de la alianza de Yahveh vuestro Dios. Ahí quedará como testimonio contra ti”.
Bajo la ley mosaica había algunos casos en los que se requería un juramento de ciertas personas: de una esposa en un juicio por celos, de un depositario cuando faltaba la propiedad que se había dejado a su cuidado o de los ancianos de una ciudad en el caso de un asesinato no resuelto. También estaban permitidos los juramentos voluntarios de abstinencia, (Números 30:3-4) “Si un hombre hace un voto a Yahveh, o se compromete a algo con juramento, no violará su palabra: cumplirá todo lo que ha salido de su boca. Y si una mujer hace un voto a Yahveh, o adquiere un compromiso, en su juventud, cuando está en casa de su padre”.
En algunas ocasiones, las autoridades pusieron bajo juramento solemne a los siervos de Dios y estos dijeron la verdad. De igual manera, un cristiano que estuviera bajo juramento no mentiría, sino que diría toda la verdad o, posiblemente, rehusaría responder si pusiese en peligro los justos intereses de Dios o de sus compañeros cristianos, en cuyo caso debería estar dispuesto a afrontar las consecuencias que resultaran de esta postura, (Mateo 26:63-64) “Pero Jesús seguía callado. El Sumo Sacerdote le dijo: Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús dijo: Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo”.
Jesucristo corrigió a los judíos en el Sermón del Monte por su costumbre de jurar a la ligera o hacerlo por cualquier cosa. Había llegado a ser común el que jurasen por el cielo, la tierra, Jerusalén e incluso sus propias cabezas. Pero como el cielo era “el trono de Dios”; la tierra, su “escabel”; Jerusalén, su ciudad real, y la cabeza (o vida) de la persona depende de Dios, jurar por tales cosas equivaldría a hacerlo por el nombre de Dios, no podía tomarse a la ligera. Por ello Jesús dijo en (Mateo 5:33-37) “Simplemente signifique su palabra Sí, Sí, su No, No; porque lo que excede de esto proviene del inicuo”. Jesús aclaró aún más el significado de sus palabras cuando expuso la hipocresía de los escribas y fariseos al decirles en (Mateo 23:16-22) “¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado! ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro, o el Santuario que hace sagrado el oro? Y también: Si uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el Santuario, jura por él y por Aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que está sentado en él”.
Santiago corrobora las palabras de Jesús en (Santiago 5:12) “Ante todo, hermanos, no juréis ni por el cielo ni por la tierra, ni por ningún otra cosa. Que vuestro sí sea sí, y el no, no; para no incurrir en juicio”. Pero las advertencias de ambos contra tales prácticas irreflexivas no suponen que el cristiano deba evitar prestar un juramento cuando sea necesario asegurar a otros la seriedad de sus intenciones o la veracidad de lo que dice. El modo de actuar de Jesús ante el sumo sacerdote judío ilustra que un cristiano no debería objetar a prestar juramento en un tribunal, pues va a decir la verdad, tanto si está bajo juramento como si no. La misma resolución de servir a Dios es un juramento a Dios, que introduce al cristiano en una relación sagrada. Jesús puso al mismo nivel el juramento y el voto.
El apóstol Pablo utiliza una fórmula equivalente a un juramento en (2 Corintios 1:23) “¡Por mi vida!, testigo me es Dios de que, si todavía no he ido a Corinto, ha sido por miramiento a vosotros” y (Gálatas 1:20) “Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!” para dar fuerza a su testimonio. Además, se refiere al juramento como una manera acostumbrada y apropiada de poner fin a una disputa, y llama la atención al hecho de que Dios, “cuando se propuso demostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, intervino con un juramento”, jurando por sí mismo, pues no podía hacerlo por nadie mayor. Esto añadió a su promesa una garantía legal y dio una seguridad doble por medio de “dos cosas inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta”: la palabra de promesa de Dios y su juramento. Además, Pablo señala que Cristo fue hecho sumo sacerdote por el juramento de Dios y ha sido dado en fianza de un pacto mejor (Hebreos 7:21-22) “mientras éste lo fue bajo juramento por Aquel que le dijo: Juró el Señor y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre por eso, de una mejor Alianza resultó fiador Jesús”. En las Escrituras hay más de cincuenta ocasiones en las que se indica que Dios mismo hace un juramento.
La noche que detuvieron a Jesús, el apóstol Pedro negó tres veces conocerlo, y finalmente empezó a maldecir y a jurar. Leemos con respecto a la tercera negación, (Mateo 26:74) “Entonces él se puso a echar imprecaciones y a jurar: ¡Yo no conozco a ese hombre! Inmediatamente cantó un gallo”. Pedro, atemorizado, intentaba convencer a los que estaban con él que era verdad que no conocía a Jesús. Con el juramento estaba diciendo que sus palabras eran verdaderas y que podía acontecerle una calamidad si no lo eran.
La jura por Dios y la cruz, del cargo de políticos y otros miembros de la administración pública, siempre ha tenido su parte de matiz. La reprobación del juramento en falso es un deber para con Dios. Realmente, los políticos en general dependen o reciben los dictamines de sus partidos, por lo tanto, sería difícil cumplir sus juramentos. Algunos, terminan en presión por corrupción o por otras causas. Como Creador y Señor, Dios es la norma de toda verdad. La palabra humana está de acuerdo o en oposición con Dios que es la Verdad misma. El juramento, cuando es veraz y legítimo, pone de relieve la relación de la palabra humana con la verdad de Dios. El falso juramento invoca a Dios como testigo de una mentira. Es perjuro quien, bajo juramento, hace una promesa que no tiene intención de cumplir, o que, después de haber prometido bajo juramento, no mantiene. El perjurio constituye una grave falta de respeto hacia el Señor que es dueño de toda palabra. Comprometerse mediante juramento a hacer una obra mala es contrario a la santidad del Nombre divino. La santidad del nombre divino exige no recurrir a él por motivos fútiles, y no prestar juramento en circunstancias que pudieran hacerlo interpretar como una aprobación de una autoridad que lo exigiese injustamente. Cuando el juramento es exigido por autoridades civiles ilegítimas, puede ser rehusado. Debe serlo, cuando es impuesto con fines contrarios a la dignidad de las personas o a la comunión de la Iglesia.
Raad Salam Naaman
Cristiano católico caldeo de origen iraquí