Analizando bien todo lo que estamos viviendo y lo que se está diciendo sobre el coronavirus en estos días, vemos que muchos políticos y analistas, califican esta pandemia como una guerra, sin vivir ni conocer una guerra.
Recuerdo, como hace un par de años, compartiendo una mesa de debate sobre geopolítica y el terrorismo islámico, con un coronel español, muy conocido, empezó a detallar como era una guerra y sus consecuencias. Atentamente, le pregunté: ¿Usted, ha vivido o participado en una guerra? Me contestó: he dirigido dos misiones de seguridad y paz, en Afganistán y en el Líbano. Mi respuesta fue muy clara y directa (haciendo amigos): “en tiempos de guerra, para los que hemos sido militares en guerras, esas misiones son vacaciones. Usted no sabe lo que es una guerra. Hay que vivir la guerra para hablar de ella. Una guerra es horrible, no la deseo ni a mi peor enemigo. Una guerra es vivir cada día cerca de la muerte. Una guerra es hambre, sed, suciedad, tristeza, soledad, frio, calor, destrucción masiva, sudor, lágrimas…etc.”.
El concepto de guerra está relacionado con términos como combate, batalla, lucha, pelea o enfrentamiento. En general, todos estos términos son intercambiables y sinónimos, aunque cada uno tiene un uso específico que le es más apropiado. Guerra se refiere, en su uso más habitual, a lucha armada o conflicto bélico entre dos o más naciones o bandos. Por lo tanto, la pandemia del coronavirus no es una guerra, en sentido estricto. No sabemos a qué nos enfrentamos, nuestro enemigo es poderoso e invisible. No tenemos armaduras para combatir, ni vacunas ni herramientas o materiales de protección. Además, tenemos un gobierno que no es capaz de tomar decisiones a tiempo, ni siquiera mandar, está trapicheando. Mediante un Real Decreto publicado el 14 de marzo, este gobierno social-comunista declara el estado de alarma limitando la libertad de circulación de las personas, obligándonos a permanecer en casa. Casi todos mis amigos están hartos del encierro en su hogar, subiéndose por las paredes, quejándose y diciendo, no puedo más, esto es la guerra.
Amigos, esta clausura no tiene nada que ver con la guerra. Yo, sí, he vivido la guerra. Después de sufrir ocho años, una guerra muy dura entre Irán-Irak (1980-1988), resistí la 1ª guerra del Golfo (2 de agosto 1990- 28 de febrero 1991). Fue un conflicto bélico librado por una fuerza de coalición autorizada por las Naciones Unidos, contra la República Iraquí en respuesta a la invasión y posterior anexión iraquí del Estado de Kuwait. Esta guerra también fue llamada por el líder iraquí Saddam Hussein “la madre de todas las batallas”, y comúnmente conocida como “Tormenta del desierto”. Posteriormente se la ha denominado primera guerra del Golfo para diferenciarla de la invasión de EE.UU. a Irak en 2003. El inicio del conflicto comenzó con la invasión iraquí de Kuwait, el 2 de agosto 1990, yo he estado allí, entre los primeros que entraron en Kuwait. Los siguientes meses, EE.UU. y 34 países, miembros de la Coalición, enviaron tropas y armamentos a Arabia Saudí, mientras que el ejército iraquí nos fortificábamos en nuestras posiciones. La guerra para expulsar a las tropas iraquíes de Kuwait comenzó con un bombardeo aéreo y naval el 17 de enero de 1991 y continuó durante cinco semanas más, bombardeando todos los generadores eléctricos, las canalizaciones de agua potable y las importantes instalaciones gubernamentales en casi todo el país. Esto fue seguido por un asalto terrestre el 24 de febrero y una victoria decisiva para las fuerzas de la coalición, que liberaron Kuwait y avanzaron hacia el territorio iraquí. La coalición cesó su avance y declaró un alto el fuego 100 horas después de que comenzara la campaña terrestre, derribando al ejército iraquí, dejando decenas de miles de muertos y, otros muchos más heridos, familias demolidas y un país entero arruinado.
¡Cómo no era suficiente! Sufrimos la insurrección de marzo 1991, que fueron una serie de rebeliones anti-gubernamentales en el sur y el norte de Irak, parte de las secuelas de la 1ª guerra del Golfo. Estas revueltas fueron iniciadas por la percepción de que tras su derrota, el presidente iraquí, Saddam Hussein, estaba en una posición muy débil y por el rechazo a la represión de su régimen y la devastación causada por dos guerras en una década. Las revueltas en el sur fueron dominadas por los radicales musulmanes chiíes, a la cabeza, el Partido Islámico Da’wa (llamamiento), el mismo que está gobernando y arruinando el país en la actualidad, junto con el Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Irak (SCIRI). Los rebeldes causaron grandes disturbios, saqueando bancos, supermercados, locales, ayuntamientos, echando abajo todo lo que sobrevivió de las dos guerras, anteriormente mencionadas. Además, persiguieron y mataron a muchos ciudadanos, la mayoría de ellos cristianos.
He vivido en mi propia carne, y alma también, todo aquello; las dos guerras del Golfo, haciendo el servicio militar obligatorio y la rebelión chií como víctima. En los años que he estado en Irak, he sufrido muchísimos momentos muy difíciles. He sido encarcelado y secuestrado en varias ocasiones, sufrido malos tratos, herido en dos ocasiones, en la cabeza y un disparo en la espalda. Muchos amigos y familiares míos han muerto en mis brazos, uno de ellos un primo con 22 años que, murió en mis brazos salvándome la vida. He visto la muerte muy cerca muchas veces, gracias a Dios estoy vivo y también a mi padre, que en paz descanse, que siempre ha estado allí conmigo, con una maleta de dinero para sacarme de apuros. He estado condenado a prisión en tres ocasiones, durante cuatro, seis y ocho meses, por mis ideas y actitudes pacifistas contra el radicalismo islámico y las guerras, encerrado en una habitación sin luz de 2x2x2 metros. Me despertaban por la mañana con una paliza, me acostaba con otra paliza, entre paliza y paliza otra paliza. Mi dieta alimenticia diaria era una taza de lentejas, un trozo de pan duro y casi 10 litros de agua en un cubo para beber y el aseo. He estado secuestrado dos veces por los radicales islámicos, viviendo todo tipo de humillaciones, desprecios y ataques. He sentido físicamente la espada en mi cuello siete veces a manos de los radicales chiíes. He visto como cuatro de mis compañeros han muerto en mis brazos, sin poder ayudarles. Durante la rebelión chií de marzo 1991, en Basora, en el Sur de Irak, hemos estado confinados en casa durante ocho meses, sin luz, teléfono, escasos de agua y comida, con miedo a salir a la calle, por amenazas de muerte, de los rebeldes. No teníamos noticias del exterior, ni sabíamos lo que estaba pasando en la calle, sólo escuchamos el sonido de tiros, bombas, amenazas y gritos de Allah Akbar. El que tenía una radio pequeña con pilas, tenía un tesoro. A finales del año 1991, por falsas e infames denuncias de los religiosos islámicos de mi ciudad Basora, fui detenido por el régimen de Saddam y condenado a muerte por blasfemia contra el Islam. Nuevamente mi padre me salvó la vida, aprovechando el caos que se vivía en el país, sobornó a los vigilantes y escapé de la cárcel, a principios de 1992.
Saddam Husein, presumía de socialista, pero era un tirano, dictador, llegó al poder mediante un golpe de estado y gracias a las guerras aumentó este poder. Yo fui uno de los pocos afortunados que logró salvarse, buscando una nueva vida aquí en España (Madrid) en el año 1995 como asilado político y desde el año 1999 con la nacionalidad española, considerándome español de los pies a la cabeza y de corazón.
Quiero olvidar todo lo que he visto y vivido en mi país natal Irak, especialmente en estos días, que estamos viviendo tiempos muy difíciles, internados en casa por la pandemia del coronavirus. Sin embargo, no tiene nada que ver, lo que estamos viviendo actualmente en España, con las guerras que he vivido en Irak. Gracias a Dios tenemos seguridad en las calles, buena sanidad, servicios sociales, agua, comida, luz, televisión, radio, teléfono, internet, medios para comunicarnos con nuestros seres queridos, amigos y familiares…etc. Es verdad, que es muy aburrido y rutinario estar en casa todo el día y los que estamos solos además soportar la soledad.
Por esta razón, me llama la atención el uso y el abuso por parte del gobierno social-marxista de un lenguaje bélico para referirse a la lucha contra este coronavirus. Tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias, están utilizando una retórica afectada, pero no es inocente. El gobierno, a la cabeza Sánchez, necesita que esto sea una guerra, para buscar a un enemigo y presentarse como el gran líder que puede llevar el país a la victoria.
Así, si estamos en “guerra”, el miedo hace a los ciudadanos, más manipulables, especialmente ante quien nos ofrece una salida a la situación que nos provoca angustia, haciéndonos pensar que tiene la capacidad de sacarnos de ella. En la guerra es también habitual que ciertos derechos y libertades queden en suspenso. De esta forma, la comparación con la guerra y la declaración del estado de alarma pueden ser efectivos, propagandísticamente, para convencernos, concienciarnos y también para controlarnos en circunstancias como las que vivimos. El gobierno, aprovecha la ocasión “la guerra” para sacar adelante, decretos egoístas (que nos arruinarán), con la excusa de que “son medidas para ganar la guerra o batallar contra el coronavirus”, que en otras condiciones, hubieran sido muy difíciles de entender.
Resumiendo, toda la ciudadanía, a pesar de nuestras ideologías, debemos estar preparados para hacer valer la democracia y la libertad en general, por encima de cualquier maligno virus. Personalmente, prefiero morir por el coronavirus que vivir bajo una dictadura marxista, porque sé lo que es. No quiero vivir en mi país actual, España, lo que he vivido en mi país natal, Irak. Además, hemos de percibir que el confinamiento y las medidas de seguridad, aplicadas responden exclusivamente a motivos sanitarios, jamás autoritarios o políticos y por muy grave que sea la situación de la pandemia del coronavirus, no estamos en guerra.
Raad Salam Naaman
Cristiano católico caldeo de origen iraquí y patriota español